miércoles, 16 de septiembre de 2009

IMPUESTOS PARA LA CRISIS

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Octavio Lara Báez

El paquete económico para el 2010 que envió esta semana el Presidente de la República al Congreso contiene una serie de medidas “drásticas”, como él las calificó, para disminuir su gasto, incrementar sus ingresos tributarios y presuntamente tratar de mejorar la economía de los sectores más pobres, para aminorar los efectos de la crisis que vive el país.
Es la propuesta presidencial para hacer frente al desastre económico por el que atravesamos. Tendrá que ser analizada, contrastada, complementada y enriquecida con las propuestas de las fracciones parlamentarias de la Cámara de Diputados, a fin de obtener, por acuerdo, una propuesta final, la mejor para el país. Es de esperarse que se modifique pues a simple vista se aprecia que adolece de sensibilidad social.
Dada la gravedad de la crisis económica, considerada la peor de la historia, se esperaba una propuesta que protegiera el ingreso de millones de familias pobres del país pero, en cambio, pretende crear un nuevo impuesto del 2 por ciento al consumo, el cual ha sido considerado por el PRI como un IVA disfrazado a alimentos y medicinas. También propone alzas periódicas en gasolina, diesel, gas LP, tarifas eléctricas e incrementar el IETU, el ISR y el IDE.
En el caso del 2 por ciento al consumo, se ha dicho que lo recaudado se destinará a combatir la pobreza.
Desde hace varios sexenios, el debate mexicano en materia impositiva ha sido si se deben o no gravar los alimentos y las medicinas. Considerando que todo mundo tiene que comer, de acuerdo a sus posibilidades, agregarle impuestos a los alimentos reduce la capacidad adquisitiva de los más pobres. Sin embargo, los “especialistas” oficiales aseguran que no hay de otra, hay que seguir cargándole la mano a toda la población, mientras muchos viven en el paraíso fiscal.
Con ese proyecto del gobierno federal, cobrar impuestos por consumir cualquier cosa en México pasaría a ser lo único plenamente democrático. Triste realidad la nuestra.
Poner o aumentar impuestos al consumo es la fórmula más fácil para que el gobierno recaude recursos para poder sostenerse. La parte difícil es meter en cintura a todos los que ejercen alguna actividad económica informal. Ahí es donde se debe de trabajar mucho para cambiar esa situación en México y lograr que ya no sean unos cuantos nada más los que soporten toda la carga tributaria del país, ni obligar a pagar más a quienes apenas ganan para sobrevivir.
Tampoco se vislumbra la desaparición de los regímenes especiales, que favorecen la evasión y la inequidad en el pago de las obligaciones hacendarias de parte de quienes obtienen pingües ganancias al amparo de un régimen fiscal permisivo y desigual.
El impuesto general al consumo viola los principios de equidad y proporcionalidad, pues no distingue a quienes pagan contribuciones, sean como asalariados, como empresarios o como profesionistas, de quienes no lo hacen. Sucede como otro impuesto del régimen calderonista, el IDE, que se ha aplicado a todos los usuarios de cuentas bancarias, aunque muchos de ellos cumplan con sus contribuciones a Hacienda.
Dirán los voceros oficialistas que con el incremento a los recursos del programa Oportunidades se estará apoyando a esos sectores más empobrecidos, pero la verdad es que el alcance de Oportunidades es muy limitado y no alcanza a cubrir a todas las familias que se han visto afectadas por el cierre de factorías y negocios. Además está el uso clientelar que el gobierno federal ha dado al padrón de beneficiarios y las sospechas, bastante fundadas, de su utilización con fines electorales.
Se habla de que lo que hace falta es crear un seguro de desempleo, que garantice un ingreso mínimo a los empleados que se vean afectados por el cierre de sus centros de trabajo. En muchos países existe este tipo de seguro y funcionan. Aquí tiene aún muchos detractores, que lo ven como una amenaza porque brinda al trabajador la posibilidad de escoger un empleo mejor remunerado.
Tampoco se aprecian incentivos al sector productivo, sólo más cargas impositivas, lo que amenaza con acentuar el ambiente recesivo.
El panorama luce muy complicado. El empleo escasea, las empresas produjeron menos y por lo mismo vendieron menos, tendrán menos reparto de utilidades, pagarán menos impuestos. Y con todo, tendrán que pagar más tributos y tarifas más altas.
Los pobres y los desempleados, pagarán más para medio alimentarse. Los que tienen empleo, tendrán que invertirán más para obtener menos satisfactores.
El gran riesgo es colmar la resistencia de los más desamparados.
tavolara62@yahoo.com

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